15 La santidad matrimonial
¿En qué consiste la actitud fundamental de la vida matrimonial para llegar a la santidad? ¿Cuál es la mística que pueda entusiasmarnos a hacernos santos dentro del matrimonio? Me parece que la mística es: estar siempre para el tú.
Cuando alguien se hace franciscano, se consagra a la pobreza. Cuando alguien se hace jesuita, se consagra a la obediencia. Cuando alguien se hace padre de Schoenstatt, se consagra al apostolado mariano. Y cuando alguien se casa, ¿a qué se consagra? ¡Se consagra a un tú!
Pero este estar para el otro, aunque parezca hermoso, es lo más difícil en la vida. Estar, ser para el otro – quiere decir, que yo ya no tengo derecho a pensar en mi comodidad, que tengo que olvidarme de mí mismo, que tengo que estar para el otro así como Cristo está para la Iglesia. Mi misión es, apoyar al cónyuge, complementarlo, conducirlo al cielo. Y esto no es nada fácil – ustedes lo saben mejor que yo – porque somos egoístas, porque somos de corazón estrecho.
Si alguien lograra mantener esta actitud “estoy para el otro, sólo para el otro”, durante toda la vida, se haría santo. Y si se trata de canonizar a algún esposo, siempre se verá si estuvo para el otro. Pero estar como Cristo está para la Iglesia, con amor noble, esclarecido, no con ese amor que pide que el otro esté para mí, sino que yo para el otro.
He de saber, entonces, dejarme limitar por el tú en mis gustos. ¿Y si a mí me gustan los tallarines y a ella las papas fritas? ¡Estoy condenado a comer papas fritas toda mi vida! Lo soportaré una semana. ¿Pero lo soportaré 10 años, 30 años? ¿Y si Dios me ha dado la dicha de vivir 60 años de matrimonio? Tal vez nos reímos y, sin embargo, aquí está la clave de la felicidad o de la tragedia matrimonial.
Este estar para el cónyuge, significa estar siempre dispuesto para tomar conciencia del tú, de las buenas cualidades del tú. ¡Y a esto nunca deben acostumbrarse los esposos! Deben acostumbrarse a muchas cosas, pero que no se acostumbren a las buenas cualidades del cónyuge, sino que cada día sepan admirarlas más. Pienso que debe ser algo de lo que hace tan difícil la santidad en el matrimonio. Uno se acostumbra muy pronto a las buenas cualidades del tú y después sólo se fija en las malas cualidades. Y parece que esas malas cualidades se van proyectando y que las buenas cualidades van disminuyendo.
Es por eso que la felicidad matrimonial depende del espíritu de sacrificio, de la capacidad de dejarse crucificar por el otro.
Un amor sacrificial. Para el PF es muy importante, tomar en cuenta que el amor matrimonial y familiar incluye esencialmente el sacrificio. Sin sacrificio no habrá amor verdadero, ni habrá felicidad. Conocemos su palabra: “La mesa familiar es a la vez mesa de gozo y mesa de sacrificios. Una mesa familiar que no es mesa de sacrificio, jamás llegará a ser una mesa de gozo”. (66, El F a las Familias, 66).
Y los sacrificios pueden convertirse en una carga pesada. Todos lo sabemos y lo hemos sentido ya en algunos momentos. Y el Padre también lo sabía y por eso dijo una vez, citando a un antiguo filósofo: “Si se compara la vida matrimonial con la vida de los mártires, encontramos pocos mártires que aguantaron tanto sufrimiento como muchos matrimonios deben soportar”. (El F a las Familias III, 15).
¿Cuáles son estos sacrificios y cruces de la vida familiar? La primera cruz es la manera de ser y, sobre todo, los defectos que cada uno tiene. Debemos soportarnos mutuamente con amor y por amor. Otras cruces pueden ser enfermedades, desgracias materiales o morales. O puede ser un hijo extraviado, hoy en día en que es tan difícil educar bien a los hijos.
Pensemos en nuestras dificultades de entendernos y aceptarnos mutuamente, en nuestros problemas de diálogo, en nuestros intereses opuestos. Recordemos también nuestras limitaciones y debilidades personales, faltas de carácter y temperamento. Además, cuando nos ponemos más viejos, aparecen nuevas manías o caprichos; y bien puede ser que ya superen las 20 chifladuras que, según el Padre, son todavía aceptables.
A todas estas cruces hemos de decir, siempre de nuevo, un sí pleno: hemos de asumirlas y sobrellevarlas con amor y hasta con alegría. Como Cristo remedió al mundo por medio de la cruz, nosotros debemos redimir al matrimonio y la familia por medio de nuestra cruz.